viernes, 21 de octubre de 2011

Nocturna

Dicen que tu vida pasa frente a tus ojos antes de morir, pero cuando estás desangrándote en tu sala, lo único que importa es saber qué pudiste haber hecho para no convertirte en una víctima. Tener los ojos abiertos por horas crea una resequedad extraña, lo más molesto que hay. Es como quererse rascar una parte de la espalda que no te alcanzas. Las lágrimas sirven para lubricar y limpiar los ojos, pero no duran para siempre. Estoy observando al fondo de la habitación con ojos secos, sin fuerza siquiera para cerrar las pestañas, sin fuerza para mover las pupilas y ver si el charco de sangre va a dejar una mancha permanente en el suelo.

                                                                                 
Cuando eres como yo  ya no sientes dolor,  solamente un hormigueo en tus extremidades, una sensación de que están dobladas en múltiples secciones,  y cómo lo más importante es reacomodarlas para empezar a reparar el daño. Pienso en esto y me distraigo cuando escucho el canto de las aves y sé que pronto va a amanecer. Las cosas van mejorando.

* * *

Hace mucho tiempo era un escultor, no famoso, pero al menos mis obras podían venderse en exposiciones regionales y ganaba lo suficiente enfocarme en eso. Mi vida siempre fue una orgía de drogas, alcohol y el supuesto conocimiento sobrehumano de “ser superior, ser artista”. Siempre fui más listo que los otros. Mi representante decía que tarde o temprano tendría que suavizar mi comportamiento porque el arte, como la vida, está compuesto de modas, y los compradores no están dispuestos a apoyar a quien los considera inferiores.

Luego vinieron los problemas económicos. Las obras empezaron a acumularse junto con mis inseguridades y todo tipo de deudas. No tenía ni con qué pagar mis impuestos. El Zeitgeist estaba cambiando y yo era la principal víctima. Las puertas se cerraron, las risas ahora eran en mi contra. Me la pasaba de fiesta en fiesta buscando diletantes interesados en algo –cualquier cosa- que pudiera venderles. Así fue como lo conocí.

Al principio fue algo inocente: dijo que conocía mi trabajo, que era un “gran admirador”, que me necesitaba. En realidad yo lo necesitaba a él, su fuerza, su carisma, su dinero. Empecé a esculpir de nuevo. Era una inspiración, el renacer de mi alma dentro de su persona. Le di todo, mi pasión, mi ser, mi cuerpo, mi sangre. Fui su esclavo, fui un animal que amaba el abuso, fui un roedor que alimentaba lentamente a una serpiente. Luego me di cuenta que no era el único. Él era una un viajero de la noche. Un vampiro.

Durante el día trabajaba para él, durante la noche me compartía su mundo. A veces me daba a probar una gota de su sangre y mi cuerpo se transformaba por dentro: podía resistirlo todo, mi mente se avivaba, escuchaba de verdad los murmullos del universo, sentía el viento tocando cada parte de mi ser y mi nariz detectaba los aromas invisibles de las calles; mis ojos traspasaban los de un simple mortal y podían ver todo lo que la noche ocultaba. Era una droga que te hacía más vivo: la máxima adicción. Y él lo sabía. Algunos nacen para ser víctimas y otros para ser depredadores. Y cada quien tiene un momento en el que se da cuenta cuál es su verdadera naturaleza. En ese mundo había otros como yo, buscando el significado de algo, lo que fuera. Todos ellos consumidos hasta el cansancio como víctimas de cáncer. Un ritual de una cultura de la que ya éramos parte.
                                   
Poco a poco me volvía un esqueleto más que lo acompañaba de vez en cuando, las miradas de los demás vampiros anunciaban mi muerte próxima. Tenía que escapar o terminaría como los otros: aplastado como un insecto, como una cucaracha. Tenía que hacerme de otra vida y empezar de cero, pero sólo había escape si uno de los dos estaba muerto. Así que lo visité durante el día, como muchas otras veces: era su momento más débil. Jamás vio lo que venía, la confianza depositada en mí desecha de tres machetazos en el cuello y convertida en una cabeza rodando en el piso. Me liberé.

Ayer el destinó cobró su deuda. Uno de ellos logró encontrarme. Llegué a mi departamento y ya me estaba esperando.

Cuando terminó conmigo yo era solo un manojo de carne y huesos rotos. Pensó que ya estaba muerto. Devoró partes de mí, absorbió mi sangre hasta que vomitaba lo que consumía porque ya no podía con más.

Pero siempre fui mejor que los otros.

Antes de terminar con el amo, antes de llevarme su cabeza por la mitad del país y quemarla con gasolina, me llevé un último regalo. Su cuerpo era una fuente de sangre y procuré conservar lo más que pudiera. Desperdiciarla hubiera sido un pecado muy grande.

En este momento, cada parte de mi cuerpo se rehace, revive, recrea lo que debe ser. Esa sangre que consumo poco a poco cada día, y de la que me queda muy poca. Esa sangre que me convierte en algo más que una persona, en algo superior. En unas horas estaré completo y caminando, sonriendo de nuevo, listo para obtener de nuevo ese líquido que me vuelve verdaderamente supremo. Mi machete llama, y en unas horas estará listo para cobrar venganza. Listo para matar.

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