Dicen que tu vida pasa frente a tus ojos antes de morir, pero cuando estás desangrándote en tu sala, lo único que importa es saber qué pudiste haber hecho para no convertirte en una víctima. Tener los ojos abiertos por horas crea una resequedad extraña, lo más molesto que hay. Es como quererse rascar una parte de la espalda que no te alcanzas. Las lágrimas sirven para lubricar y limpiar los ojos, pero no duran para siempre. Estoy observando al fondo de la habitación con ojos secos, sin fuerza siquiera para cerrar las pestañas, sin fuerza para mover las pupilas y ver si el charco de sangre va a dejar una mancha permanente en el suelo.