Sarahí se abalanzó deprisa dentro de un lócker y se tapó la boca para no gritar. Una pequeña rendija le proporcionaba una mirada a lo que había fuera. Sarahí temblaba. A pesar de las pocas fuerzas que le quedaban por no haber comido en tres días, temblaba. Y el estómago se le revolvía por la sustancia que le habían hecho tomarse hace dos horas; algo como un laxante, pero con efecto contrario haciendo que lo del estómago saliera por la boca. Sarahí sintió ganas de vomitar de nuevo, pero como no había nada que vomitar, sólo se encogió en un estruendo de dolor.
Su corazón casi de detuvo cuando una silueta abrió la puerta y avanzó por el pasillo con pistola en mano. Al verlo, Sarahí se dio cuenta de que era Peña, su maestro, el mismo que la había citado tres días atrás y la había sedado. La chica comenzó a respirar violentamente, muy deprisa, al borde de la histeria. Peña caminó despacio por todo el pasillo y justo cuando estaba a punto de irse, se detuvo. Sarahí cerró los ojos, envueltos en lágrimas. Todo acabaría en unos momentos, ya fuera con ella escapando o muerta encima de la mesa del ritual. Como fuera, su agonía no duraría ya mucho.
De pronto se escuchó un estruendo de algo que se cayó en el salón de al lado. Peña de inmediato giró en esa dirección y avanzó deprisa. Sarahí permaneció unos minutos sin saber qué hacer. Eran demasiados allá afuera, todos los maestros reunidos daban un total de doce personas contra ella. Pensó en correr, pero la salida tenía cerrojo. Tal vez hubiera una ventana que pudiera quebrar, si sólo lograba concentrarse y pensar.
La puerta se abrió de nuevo. Peña regresaba acompañado de Estrada.
-¿Cómo chingados dejaste que se te escapara? –gritó Peña molesto y ansioso.
-El consejo podrá castigarme luego - dijo Estrada y le enseñó su reloj de mano-. Si en cinco minutos no corre la sangre de la chica…
La frase fue interrumpida por un sonido gutural de Sarahí. La chica se llevó la mano a la boca demasiado tarde, ya había escapado el gemido de su cuerpo que le pedía vomitar. Peña la sacó a la fuerza, tomándola del brazo. La chica comenzó a lanzar patadas, llorando.
Estrada estiró el pelo de la chica con violencia, lastimándole el cuello y haciendo que ella viera la magnum que descansaba en su cintura. Sarahí la tomó de inmediato, le apuntó al pecho a Peña y disparó.
Peña cayó al suelo, herido de muerte y Estrada soltó a la chica por la sorpresa. Sarahí salió corriendo hasta que un dolor punzante en la pierna la hizo caer. Cuando ella volteó, vio a Estrada apuntándole con la pistola de Peña. La bala había atravesado la rodilla de la chica, matando cualquier ilusión de escapar. Sarahí soltó un alarido de dolor, llorando. La sangre fluía con rapidez. El mundo entero se nubló, dejando sólo el dolor de sus nervios y huesos rotos. Sarahí escuchó la pistola cerca de su cabeza, amartillando.
-No seas imbécil, la necesitamos viva –contestó una voz a lo lejos, Sarahí no sabía quién. La chica tomó la pistola que traía en manos y la dirigió a su sien. Una mujer exhaló en sorpresa.
-¡Quítenle la pistola! –gritó alguien.
-Si se acercan, disparo –contestó Sarahí con una voz que también se le hacía lejana. No sabía que estaba haciendo, pero tampoco tenía tiempo de pensar. Sólo quería que el dolor se fuera.
-¡La purificación de los tres días está completa, no podemos detener el ritual ahora! Tenemos que llevarla al altar.
De pronto el lugar se oscureció y Sarahí pensó que al fin estaba desmayándose, pero el temblor de la tierra la hizo ver que algo más estaba pasando.
-¡Abdiel! –gritó una mujer aterrada.
Todo se convirtió en caos en cuestión de segundos. Los maestros comenzaron a correr tratando de salir, pero las puertas del pasillo estaban atascadas. Del suelo se abrió un hoyo y salió una figura deforme de ojos negros. Una maestra se arrodilló frente al monstruo, suplicando. Sarahí observó entre nubes cómo el ser le arrancaba la cabeza de un tirón y la tiraba como si fuera basura. Después de esto, el cuerpo de Sarahí no dio para más y cayó rendido, sangrando. El demonio descuartizó a todos los que habían fallado con el sacrificio, pero a la ofrenda perdida no la tocó, pues ese era el delito en sí. Ella había vivido a cambio de la vida de los demás.

Su corazón casi de detuvo cuando una silueta abrió la puerta y avanzó por el pasillo con pistola en mano. Al verlo, Sarahí se dio cuenta de que era Peña, su maestro, el mismo que la había citado tres días atrás y la había sedado. La chica comenzó a respirar violentamente, muy deprisa, al borde de la histeria. Peña caminó despacio por todo el pasillo y justo cuando estaba a punto de irse, se detuvo. Sarahí cerró los ojos, envueltos en lágrimas. Todo acabaría en unos momentos, ya fuera con ella escapando o muerta encima de la mesa del ritual. Como fuera, su agonía no duraría ya mucho.
De pronto se escuchó un estruendo de algo que se cayó en el salón de al lado. Peña de inmediato giró en esa dirección y avanzó deprisa. Sarahí permaneció unos minutos sin saber qué hacer. Eran demasiados allá afuera, todos los maestros reunidos daban un total de doce personas contra ella. Pensó en correr, pero la salida tenía cerrojo. Tal vez hubiera una ventana que pudiera quebrar, si sólo lograba concentrarse y pensar.
La puerta se abrió de nuevo. Peña regresaba acompañado de Estrada.
-¿Cómo chingados dejaste que se te escapara? –gritó Peña molesto y ansioso.
-El consejo podrá castigarme luego - dijo Estrada y le enseñó su reloj de mano-. Si en cinco minutos no corre la sangre de la chica…
La frase fue interrumpida por un sonido gutural de Sarahí. La chica se llevó la mano a la boca demasiado tarde, ya había escapado el gemido de su cuerpo que le pedía vomitar. Peña la sacó a la fuerza, tomándola del brazo. La chica comenzó a lanzar patadas, llorando.
Estrada estiró el pelo de la chica con violencia, lastimándole el cuello y haciendo que ella viera la magnum que descansaba en su cintura. Sarahí la tomó de inmediato, le apuntó al pecho a Peña y disparó.
Peña cayó al suelo, herido de muerte y Estrada soltó a la chica por la sorpresa. Sarahí salió corriendo hasta que un dolor punzante en la pierna la hizo caer. Cuando ella volteó, vio a Estrada apuntándole con la pistola de Peña. La bala había atravesado la rodilla de la chica, matando cualquier ilusión de escapar. Sarahí soltó un alarido de dolor, llorando. La sangre fluía con rapidez. El mundo entero se nubló, dejando sólo el dolor de sus nervios y huesos rotos. Sarahí escuchó la pistola cerca de su cabeza, amartillando.
-No seas imbécil, la necesitamos viva –contestó una voz a lo lejos, Sarahí no sabía quién. La chica tomó la pistola que traía en manos y la dirigió a su sien. Una mujer exhaló en sorpresa.
-¡Quítenle la pistola! –gritó alguien.
-Si se acercan, disparo –contestó Sarahí con una voz que también se le hacía lejana. No sabía que estaba haciendo, pero tampoco tenía tiempo de pensar. Sólo quería que el dolor se fuera.
-¡La purificación de los tres días está completa, no podemos detener el ritual ahora! Tenemos que llevarla al altar.
De pronto el lugar se oscureció y Sarahí pensó que al fin estaba desmayándose, pero el temblor de la tierra la hizo ver que algo más estaba pasando.
-¡Abdiel! –gritó una mujer aterrada.
Todo se convirtió en caos en cuestión de segundos. Los maestros comenzaron a correr tratando de salir, pero las puertas del pasillo estaban atascadas. Del suelo se abrió un hoyo y salió una figura deforme de ojos negros. Una maestra se arrodilló frente al monstruo, suplicando. Sarahí observó entre nubes cómo el ser le arrancaba la cabeza de un tirón y la tiraba como si fuera basura. Después de esto, el cuerpo de Sarahí no dio para más y cayó rendido, sangrando. El demonio descuartizó a todos los que habían fallado con el sacrificio, pero a la ofrenda perdida no la tocó, pues ese era el delito en sí. Ella había vivido a cambio de la vida de los demás.
